Napoleón antimilitarista.
Gustave Canton

Napoleón antimilitarista.

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Gustave Canton (prólogo y versión castellana de Abel Velilla Sarasola), Editorial Prometeo, primera edición, 1944, 359 pp, pasta blanda y camisa, 19.5 x 14 cm., buen estado general, detalles en tapas visibles en la imagen adjunta. #elarbollibreriadeuso

Existe una fatal derivación de la entrega del poder a las castas militares -esto lo supo Napoleón desde el principio- pues antimilitarista no significa antimilitar. El poder de Napoleón no consistió -como Santa Anna o Iturbide en México o Bolívar en Latinoamérica- en solo repartir el botín a sus generales y concebir un Estado Militar, sino la combinación de un hombre de Estado generador de una nueva sociedad civil con el apoyo del aparato militar, más allá de esto, es verdad que la personalidad de Napoleón estuvo llena de ambición personal y expansionista.


Por ello, esta obra resuena, no sólo por apartarse de la historiografía oficial, sino que de inicio lograr despertar el interés por los antecedentes reales de Napoleón, especialmente ligado a la Revolución Francesa. El historiador Gustave Canton refleja -desde el título-, la apuesta por preguntarnos sobre la verdadero epicentro histórico que abrió paso al siglo XIX, etapa de las revoluciones liberales.
Napoleón fue, ante todo, un líder militar excepcional que utilizó la fuerza para expandir su imperio y consolidar su poder; y su legado está indiscutiblemente ligado a las guerras y conquistas, pero también es cierto que implementó una serie de reformas que modernizaron no sólo Francia, sino toda Europa y sentaron las bases para un gobierno más civil, incluyendo códigos, reformas, educación, sanidad, libertad religiosa, etc., y que, como estadista, sí que podríamos llamarlo un antimilitarista: pues su poder, no estuvo basado únicamente en la fuerza militar -señala Hannah Arendt y Max Weber- que, sin un poder real sostenible tendría que mantenerse por la violencia.
Y esto fue para Napoleón, la gran lección de la Revolución Francesa, especialmente con el terror generado por Robespierre, por lo que decidió ser un militar que cumpliera razones de estado y no un estado militar que cumpliera los caprichos de sus generales, élites o castas. El 18 Brumario o Golpe de Estado si bien fue pactado con alguna de ellas, esto no significó su claudicación a ella, sino una fuerza que parecía exportar la bandera de la Revolución Francesa y ante ello se unieron las fuerzas de Europa contra Napoleón.
Además, que mejor lugar para un militarismo con numerosos ejemplos ruinosos que tuvieron en América Latina desde sus independencias, que generaron para nuestro adentros rencores, divisiones, violencia y una escalada de golpes golpes de Estado con sus Caudillo, -incluyendo México-, que nos recordaba Marx y Engels de esta manera: "México, sometido a un sin fin de guerras civiles, quedará desde ahora bajo la tutela de los Estados Unidos... esos perezosos mexicanos que jamás sabrían que hacer con la magnífica California, por fin, una nación como la norteamericana conecta dos océanos, y México será lanzado por la violencia al movimiento histórico..."
Canton reactiva nuestro escepticismo y nos hace preguntar si conocemos realmente la sustentación de lo que solemos llamar "Era Napoleónica". Por que, más allá del título, que el mismo analiza: realiza una espléndida explicación sobre la Revolución Francesa y Napoleón como pocas veces hemos visto, sin embargo, olvidado, entre el curso de otros historiadores como Georges Lefebvre o Jacques Sole, igualmente ejemplares.
La obra de Canton, magníficamente escrita, con una fascinante revisión histórica prácticamente como un relato vivo de las acciones y consecuencias de la última década del siglo XVIII y principios del XIX, recobran el interés de la apertura que significó la "libertad, igualdad y fraternidad" en Europa y el Mundo.

Como señala en el Prólogo Abel Velilla Sarasola:
"Napoleón es el genio militar del siglo XIX, su capitán más genial, pero de ninguna manera es militarista su concepción del Estado. Lo más terrible de las guerra no son los desastres que provocan, sino la fatal derivación de la entrega del poder a castas militares, que en la mayoría de los casos personifican en su forma de gobierno el odio a la inteligencia; y así vemos que guerras o revoluciones ideológicas al triunfar, decoloran su bandera para caer en manos de una tiranía o dictadura militar que hace inútiles las conquistas espirituales por las que lucho el ciudadano y que incuban más tarde nuevas revoluciones, en un doloroso atar y desatar, obstaculizando la marcha de los pueblos a lo que llaman progreso" (p. 15).
"Por eso se hace preciso respetar y admirar el espíritu militar en su alta concepción ciudadana -como sólo sucede en la potencias militares como Estados Unidos o Francia- y relegar el militarismo a su función inferior -como en Centroamérica-. Militares estadistas, creadores de concepciones nuevas lo son César y Napoleón. La más alta concepción del militar la simboliza Napoleón -quizás un rareza histórica- y la menor cantidad de militarista la reúne también Napoleón. Antimilitarista no significa antimilitar. Dígase esto bien alto. Ser antimilitarista no es ser enemigo del brazo armado de la patria. El ejército y más concretamente sus jefes militares, no son nada más que los técnicos de una ciencia, de un arte, sangriento y doloroso sin se quiere, pero arte al fin, que tiene como deber dirigir al pueblo en defensa de su nación" (p. 16).
Lo que también nos recuerda -en la última Guerra Mundial- al antimilitarista Churchill, un hábil ciudadano primer ministro, organizando, para bien, la fuerza militar por razones de Estado.
"A nadie se le ocurriría -sin las ventajas racionales- que terminada una epidemia fueran los médicos, los químicos y los bacteriólogos quienes asaltaran el poder y gobernaran un nación -¿quizás a ello si?-; y eso es lo que pretende el militarismo: crear un estados social y político en uno militar, en el cual, los militares profesionales formen una clase dominante, una casta aparte, personificando la patria o el honor y constituir el Estado un pode militar frente al poder civil, dictándole su ley. Ante este hecho del militarismo gobernante, que constituye uno de los mayores desaciertos de la historia de todas las naciones, se levantó el genio militar más grande del siglo: Napoleón Bonaparte. Ejemplo de ello es Napoleón no sirve brillantemente para este caso. Napoleón fue un magnífico estratega, pero por encima de su condición de militar, puso siempre su enorme capacidad de estadista e ideó, (como ejemplo de su alta concepción civil de gobernante tipo universal, e incluso en campaña añadir una cultura en Egipto, por ejemplo) la creación de Estados Europeos, tarea a la que más tarde tendrán que dedicarse en la mesa de la paz los Aliados, siguiendo, sin duda alguna, los postulados fundamentales que sirvieron a aquél de base en su concepción histórica" (p. 17).
Y hasta muy posterior, la idea de la "Unión Europea", pero a instancias o costos terribles de dos guerras mundiales, a las que incluso Inglaterra se opuso en diversos aspectos, especialmente desde la aparición del euro, como se opuso a Napoleón por su excedente de poder que lo desvinculaba de una condición real de ampliar libertades ciudadanos, había llegado al límite.
Napoleón Bonaparte fue una figura compleja y contradictoria. Por un lado, fue un gran líder militar que expandió el imperio francés y dejó una huella imborrable en la historia de Europa. Por otro lado, fue un reformador que modernizó Francia y sentó las bases para un gobierno más civil.
La afirmación de que Napoleón era "antimilitarista" para algunos sigue siendo excesiva. Su legado es más bien el de un líder que supo combinar el poder militar con la modernización del Estado como estadista y una sostenibilidad a través del poder militar.
Cantón propone una visión más matizada de Napoleón, alejándose tanto de la imagen heroica y militarista tradicional, como de la visión simplista de un "antimilitarista" sin reconocer lo que esto realmente significa. Su enfoque, al destacar la distinción entre militar y militarista, y al subrayar el papel de Napoleón como estadista, se alinea con las interpretaciones más actuales y complejas de esta figura histórica.

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